
MUJERES Y DERECHOS
Dr. JOSÉ FÉLIX ROJO CANDELAS
SNTSA 37
24 marzo 2025

“Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres”.
Rosa Luxemburgo
Conozco a una mujer que se ostenta como experta en derechos humanos. Con alardes de sabiduría habla sin tropiezos del artículo 1° de la Declaración Universal de Derechos Humanos (ella le dice DUDH), y lo repite de memoria y de corridito, como cuando uno iba al catecismo con la Madre Teresita: “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, y dotados como están de razón y de conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”.
Ni tantito se atora cuando repite con ceremoniosa voz la fecha en que se adoptó la Declaración: “10 de diciembre de 1948”, y poquito le falta para decir además la hora, con todo y minutos y segundos. Se sabe hasta los nombres de los redactores (yo muy apenitas me acuerdo de Eleanor Roosevelt y de René Cassin; y me acabo de enterar de que había también un chileno de apellido Santa Cruz)
Se baraja bien sabroso los títulos del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos, o del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales. Y para abreviar los nombra por sus siglas: PIDCP, PIDESC. Pero hace lo mismo cuando se trata de las Convenciones: CERD o CRC… y una que le gusta mucho es la CEDAW, y repite mucho, imitando acento portugués: “Belém do Pará”.
Distingue entre CIDH y CoIDH, aunque yo nunca le atino a señalar cuál es cuál. Y no duda en invocar la ONU, la UNICEF, la OEA o la CPEUM; y si es necesario, habla de los grupos LGBTTI. Siempre que tiene oportunidad, cuestiona si se debe decir “Femicidio” o “Feminicidio”, y no le gusta la palabra “Empoderado”, pues prefiere “Autogestivo”.

Se sabe los nombres de muchos teóricos, investigadores y conferencistas y se refiere a ellos como si fueran amigos íntimos; hasta presume que se llevan de piquete de ombligo. Luego se avienta palabras como “Posverdad” o “Derechosismo” (ésa de plano no tengo idea de pa´ qué sirve), “Hábeas corpus”, “Vinculante” o “Inimputables”.
Lo malo es que le cuesta mucho trabajo decir “gracias” o “por favor”; y odia dar abrazos; no le gusta acercarse a la gente y es incapaz de hacer un comentario positivo de alguien, aunque le sale re bien la criticada y la ironía. Es exigente, pero nada compasiva. No entiende el significado de “ternura”, “tolerar”, “sonrisa” o “amabilidad”. Imposible que diga “me equivoqué” y muchísimo menos “perdón”.
Infortunadamente, todavía hay gente que, como ella, no ha caído en cuenta de que derechos humanos es un asunto que involucra mucho más que memorizar nombres, datos o fechas…
Y esto adquiere una importancia particular, cuando estamos conmemorando el Día Internacional de la Mujer. Una fecha que no es -para nada- de celebración, sino de reflexión y acción. No es ocasión para andar regalando rosas o publicando piolines con frases como “A la más bella creación del Universo”, “Felicidades por ser la más luchona” o “Mujeres verdaderas son las que dan vida”… Porque hablar de los derechos de las mujeres -infortunadamente- no es hablar de un logro alcanzado, sino de una tarea urgente y necesaria en nuestro día a día. Y si hay un sector donde esto es vital, es, justamente, en el de la salud.
Ser personal de salud no es solo ejercer una profesión; es vivir diariamente en el umbral donde se encuentran el sufrimiento y la esperanza, entre la vulnerabilidad y la resiliencia. Y en este escenario, la forma en que tratamos a las mujeres, sean pacientes, familiares o trabajadoras del sector, define el tipo de sociedad que queremos construir.
En palabras de Simone de Beauvoir: «No se nace mujer: se llega a serlo». Y es durante ese proceso, que la sociedad va marcando con estereotipos,
violencias y desigualdades el camino de millones de mujeres. Desigualdades que, tristemente, también se ven en el ámbito de la salud. ¿Cuántas veces hemos visto que el dolor de una mujer es minimizado en una consulta? ¿Cuántas veces hemos sido testigos del agotamiento de nuestras compañeras por las dobles o triples jornadas que llevan en casa y en el trabajo? ¿Cuántas veces hemos permitido, en silencio, comentarios o actitudes que no deberían tener cabida en un ambiente de respeto?
La doctora Margaret Chan, exdirectora de la OMS, dijo: «No hay excusa para que la salud de las mujeres sea menos prioritaria que cualquier otra». Y aquí es donde entra la diferencia entre saber y hacer. No basta con capacitarnos en equidad de género si no practicamos la empatía. No basta con decir que apoyamos la igualdad si seguimos permitiendo que nuestras compañeras sean interrumpidas cuando expresan su opinión en las reuniones, cuando son acosadas, subestimadas o sobrecargadas de trabajo. No basta con conmemorar el 8 de marzo si el 9 seguimos repitiendo esos terribles patrones de indiferencia.
El llamado hoy es a practicar una cultura de respeto y compasión, en cada consulta, en cada sala de urgencias, en cada espacio de trabajo. Porque el respeto no es una teoría, es una acción. La compasión no puede reducirse a un discurso, debe ser un compromiso diario.
En estos días en que vemos con horror que el machismo resurge estrepitosamente, validado por gobiernos, grupos religiosos y medios de comunicación, esforcémonos -todas y todos- por ver más allá de la inercia de lo cotidiano. Debemos estar atentos a que cuando una compañera hable, escuchemos sin interrumpir. A que cuando una paciente exprese su malestar, no se le juzgue, sino que se le atienda con la misma seriedad que a cualquier otro paciente. A que, si vemos malos tratos, acoso o injusticias, no las normalicemos, sino que las cuestionemos.
Hoy nos enfrentamos a una oportunidad decisiva: la de ser parte del cambio o la de seguir viendo cómo todo sigue igual… La decisión es solamente nuestra.
Porque si algo nos ha enseñado la historia de la salud es que no hay cura sin cuidado, no hay sanación sin sensibilidad, y no hay justicia sin acción.
Que este día no sea solo un recordatorio pasajero, sino un auténtico punto de inflexión. Que no sea solo un discurso, sino el inicio de una liberadora práctica cotidiana. Porque la equidad, al igual que la salud, no se trata de privilegios, sino de derechos.
¡Paz y bien!