OCTUBRE ROSA
DR. JOSÉ FÉLIX ROJO CANDELAS
SNTSA 37
13 octubre 2025

“Tenemos dos opciones, médica y emocionalmente: rendirnos o luchar como el demonio”.
Lance Armstrong
Hay palabras que uno escucha tantas veces en el ámbito del servicio público que llegan a parecer ajenas, frías, técnicas. “Cáncer de mama” fue durante muchos años una de ellas para mí. Hasta que un día dejó de ser una estadística o un diagnóstico lejano, y se convirtió en una realidad que tocó mi casa y mi corazón.
Recuerdo el día en que el médico pronunció esas palabras frente a mi esposa y a mí… Todo se detuvo. Uno piensa que está preparado, pero cuando la enfermedad toca a quien uno ama, las certezas se desmoronan y queda como un temblorcito en el alma. Fue entonces cuando comprendí que el conocimiento técnico sirve, pero no basta: también se necesita (y mucho) humanidad, presencia, mirada, ternura.
El cáncer de mama no afectó solo a mi esposa; afectó a toda la familia. De pronto, se volvieron comunes las citas médicas, los medicamentos y tratamientos; había días de esperanza y otros de mucho miedo, entre lágrimas y risas que buscaban mantenerse aquello de “la vida sigue”. Pero también fue un tiempo en que descubrimos lo más profundo del amor. Aprendimos que acompañar no es solo estar, sino sostener: sostener la mirada cuando llega la angustia, sostener la palabra cuando el silencio duele, sostener la fe cuando las fuerzas flaquean.

Mi esposa me enseñó que la verdadera fortaleza no está en el cuerpo, sino en el espíritu. Con una sonrisa cansada, enfrentó cada quimioterapia, cada día incierto. Su actitud positiva fue un faro en medio de la tormenta. Ella decidió no ser víctima, sino protagonista de su historia. Y ese ejemplo nos transformó a todos.
También aprendí que el apoyo de los demás es un medicamento invisible, pero indispensable: Los amigos que llamaban para preguntar cómo se sentía, los parientes que nos ayudaban preparando la comida o atendiendo a mi hija e hijo, los colegas que ofrecieron palabras y tiempo… todos fueron parte de la cura. Porque el cáncer no se enfrenta en soledad. La red de afectos, la comunidad que acompaña, es tan vital como la medicina que combate esas células malignas y malvadas.
En nuestra experiencia, la fe también jugó un papel decisivo. No hablo solo de la fe religiosa -que ciertamente nos sostuvo-, sino de la fe en la vida, en la ciencia, en la posibilidad de sanar. Cada oración, cada gesto de esperanza, fue un recordatorio de que la vida es siempre mucho más poderosa que la enfermedad.
Pero hay algo especialmente importante cuando se trata del cáncer, y es la detección temprana. Gabriela, mi esposa, acostumbraba a realizarse una mamografía preventiva cada año, convencida de que, como en otras ocasiones, “todo estaba bien”. Pero esa vez, los resultados decían algo distinto. Y mientras el médico pedía nuevos análisis, el tiempo se volvió extraño: los relojes parecían ralentizarse y no saber hacia dónde apuntar. Cuando finalmente mencionó la palabra tan temida, el mundo cambió. No la vida, o al menos no del todo; pero sí la forma de mirarla. En ese momento descubrí que no estaba preparado para la intensidad de una emoción nueva: el miedo de ver a quien amas asustado.
Aun así, ella se mantuvo firme y tremendamente valiente -casi diría desafiante-, de manera que unos cuantos días después ya estaba en el quirófano. Verla en tratamiento fue una escuela de humildad. Los efectos secundarios, los momentos de debilidad, la melancolía por lo que ya no podía hacer, las noches de insomnio. Pero también los pequeños gestos que iluminaban: una mano que la tomaba con ternura, una canción, una llamada inesperada de alguna amiga, una comida preparada con dedicación, una caricia. En esos minutos comprendí que la salud no es solo ausencia de enfermedad, sino presencia de humanidad.

Nuestros hijos, nuestra familia extendida, los amigos… todos entramos en modo de acompañamiento, porque comprendimos que el sostén mutuo es parte del tratamiento. Hubo días de miedo, claro. Hubo lagunas de silencio, lágrimas. Pero también hubo risas, juegos, esperanzas renovadas. Mi esposa decía: “No quiero que me miren con pena, quiero que me miren con esperanza. No estoy luchando, estoy aprendiendo”. Y esa exigencia nos elevó.
Gracias a Gabriela comprendí que la actitud -esa palabra que muchas veces puede parecer trivial- es un elemento clave. Porque una actitud retadora no significa ignorar el dolor, sino enfrentarlo con dignidad. Cristina Hoyos, una famosa bailaora española, publicó un libro tras recibir su propio diagnóstico y operarse de cáncer de mama; lo títuló «Vamos p’alante, a solucionarlo». En él relata: “Hoy en día tener un cáncer de mama no es ninguna vergüenza. Es una enfermedad como otra y debemos ser nosotras, las afectadas, las que le restemos trascendencia explicando nuestra experiencia y demostrando que no pasa nada”. En casa hablamos continuamente de que la
enfermedad no es para perderse, sino para reencontrarse. Gabriela decía a menudo: “Voy a vivir con el cáncer, no para el cáncer”.
Así que se dedicó a buscar información certera, devoró libro tras libro, se involucró con asociaciones e instituciones dedicadas al tema; aceptó los consejos y la ayuda que le brindaron y, a su vez, se convirtió en consejera y acompañante de otras mujeres que estaban viviendo la misma situación. Desde entonces, comparte sus experiencias en distintos medios de comunicación y todos los días atiende solicitudes de mujeres que han sido tocadas por una de las enfermedades más temidas y extendidas, ya que tan solo en 2025 en México se han identificado más de 21,000 casos nuevos.1
Como colaborador en el Instituto de Salud Pública de Guanajuato, reconozco que detrás de cada diagnóstico hay un gran sistema: las y los médicos, enfermeras, técnicos, administrativos … Y que el tratamiento no se limita al hospital: la detección temprana, la educación, el apoyo emocional, la rehabilitación, la reintegración laboral. Es por eso que avanzar en la detección y el tratamiento es fundamental; sí, pero también lo es cultivar la cultura de acompañamiento, de humanidad, de dignidad.
Es imperativo que sigamos tratando el cáncer de mama, pero entendiéndolo como lo que realmente es: no una experiencia aislada, sino una vivencia humana. Comprometámonos con la detección temprana y el tratamiento especializado; eso es indispensable. Pero también dediquemos recursos -temporal, social, emocional- al acompañamiento, a la red de apoyo, al trato afectuoso. Formemos grupos de contención de familiares, promovamos la educación en derechos humanos de quienes lo enfrentan, garanticemos reinserción laboral sin discriminación, promovamos la salud integral de todas las personas.
Debemos ver en cada mujer diagnosticada no un número, no solamente un caso clínico, sino una historia, una familia, un mundo que cambia. Que el hecho de atender su cuerpo no sea lo único: que el alma de cada paciente sea abrazada con respeto y con un profundo amor.
Eso es lo que realmente nos hace “más humanos que nunca”.
Paz y bien.