Deconstruyendo sin Violencia

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DECONSTRUCCIÓN DE MITOS Y ACTITUDES QUE PERPETÚAN LA VIOLENCIA SEXUAL
Lic. Psic. Laura Imelda Hernández López
Unidad de Burnout
SNTSA 37
19 MAYO 2025

La violencia sexual constituye una de las formas más devastadoras y persistentes de vulneración de los derechos humanos en nuestras sociedades. A pesar de los avances legales y discursivos en torno a la igualdad de género, la violencia sexual continúa ocurriendo a una escala alarmante, alimentada en gran medida por una serie de mitos y actitudes culturales que la justifican, la minimizan o directamente la niegan. Estos mitos no solo refuerzan la impunidad del agresor, sino que también revictimizan a quienes se atreven a denunciar. Por tanto, es urgente analizar y desmantelar los discursos sociales que perpetúan este tipo de violencia, para avanzar hacia una cultura del consentimiento, la equidad y el respeto.

Una expresión de poder, no de deseo.

Uno de los mayores obstáculos para erradicar la violencia sexual es la comprensión errónea de su naturaleza. Lejos de tratarse de un acto impulsivo motivado por el deseo, la violencia sexual es una manifestación de poder, dominación y control. En este sentido, Susan Brownmiller (1975) argumenta que la violación ha sido históricamente utilizada como una herramienta de intimidación masculina hacia las mujeres, una forma de imponer su subordinación a través del miedo. Esta perspectiva permite situar el problema dentro de una estructura social más amplia, en lugar de reducirlo a una cuestión individual o patológica.

Existen múltiples creencias erróneas, naturalizadas en el imaginario colectivo, que permiten justificar, trivializar o encubrir la violencia sexual. Uno de los más comunes es aquel que responsabiliza a las víctimas por su forma de vestir o comportarse, como si el uso de una minifalda o una conversación amistosa fuesen equivalentes al consentimiento. Este mito no solo revictimiza, sino que desplaza la responsabilidad del agresor hacia la víctima, fomentando una cultura de silencio y miedo. La evidencia empírica contradice esta narrativa: los ataques sexuales ocurren en una amplia variedad de contextos y no dependen de la apariencia de la víctima.

Otro mito persistente es el que afirma que, si la víctima no se resiste activamente, entonces no ha habido agresión. Esta visión desconoce por completo el impacto psicológico del trauma y la llamada “respuesta de inmovilización tónica”, una reacción neurobiológica que puede dejar a la persona en estado de parálisis durante la agresión (Galliano et al., 1993). Es decir, el cuerpo puede no reaccionar físicamente al peligro, aunque internamente esté experimentando terror.

Asimismo, se suele pensar que los agresores son individuos patológicos o desconocidos que atacan en espacios públicos. Sin embargo, las estadísticas demuestran que la mayoría de los abusos son cometidos por personas del entorno cercano a la víctima, como parejas, familiares, amigos o colegas (RAINN, 2023). Este mito no solo genera una falsa sensación de seguridad en el entorno privado, sino que también dificulta la denuncia, ya que muchas veces la víctima se enfrenta a vínculos emocionales, dependencia económica o presiones sociales.

Finalmente, la creencia de que las denuncias falsas son frecuentes alimenta un escepticismo social que obstaculiza el acceso a la justicia. Aunque los medios de comunicación tienden a amplificar casos aislados, los estudios revelan que las denuncias falsas representan un porcentaje mínimo (entre el 2% y el 10%) de los casos reportados (Lisak et al., 2010). A pesar de ello, este mito sigue siendo utilizado como un mecanismo de deslegitimación de las víctimas.

Además de los mitos, existen actitudes culturales y respuestas institucionales que consolidan la violencia sexual como un problema estructural. Una de ellas es la llamada cultura de la violación, un entorno social en el que la violencia sexual se banaliza, se justifica o se normaliza a través del lenguaje, el humor, la publicidad y los medios de comunicación. Frases como “los hombres no pueden controlarse” o “ella se lo buscó” son manifestaciones de este fenómeno.

También juega un papel clave la cosificación del cuerpo femenino, sobre todo en la publicidad y el entretenimiento, donde las mujeres son reducidas a objetos sexuales. Esta representación deshumanizadora facilita la percepción de que el cuerpo femenino está disponible para el placer masculino, incluso sin consentimiento. A ello se suma la revictimización que muchas personas experimentan cuando intentan denunciar. Desde la desconfianza institucional hasta la medicalización forzada o los interrogatorios invasivos, la víctima a menudo es tratada como culpable, lo que genera retraumatización y desalienta nuevas denuncias.

Transformación

Frente a este panorama, es urgente implementar estrategias que permitan transformar los discursos sociales y erradicar las actitudes que perpetúan la violencia sexual. Una de las medidas más efectivas es la educación sexual integral con perspectiva de género. Esta debe incluir el concepto de consentimiento, promover el respeto mutuo y desmontar los estereotipos que naturalizan la violencia.

También es fundamental capacitar a los profesionales del sistema de salud, justicia y educación, para que puedan atender a las víctimas con sensibilidad, perspectiva de derechos y sin prejuicios. Las campañas públicas de sensibilización, por su parte, pueden contribuir significativamente a visibilizar la problemática, cuestionar las creencias erróneas y fomentar una cultura de denuncia.

Considero, es crucial promover espacios seguros donde las víctimas puedan contar sus experiencias sin ser juzgadas, así como escuchar sus voces con empatía, validación y apoyo. Romper el silencio es el primer paso para la sanación individual y colectiva, y para construir nuevas formas de convivencia.

Conclusión

La violencia sexual no es producto de actos aislados, sino de una estructura cultural que la sostiene a través de mitos, estereotipos y actitudes que perpetúan la impunidad y el silencio. La deconstrucción de estas ideas no es una tarea sencilla, pero sí indispensable si aspiramos a construir una sociedad más justa, donde todas las personas puedan vivir libres de violencia. El desafío es colectivo y requiere voluntad política, educación transformadora y un compromiso social sostenido. Cuando seamos capaces de desarticular los discursos que justifican el abuso, podremos erradicar sus manifestaciones más crueles.

Bibliografía

  • Brownmiller, S. (1975). Contra nuestra voluntad: hombres, mujeres y violación. New York: Simon and Schuster.
  • Galliano, G., Noble, L. M., Travis, L. A., & Puechl, C. (1993). Reacciones de las víctimas durante una violación o agresión sexual: Un estudio preliminar de la respuesta de inmovilidad y sus correlatos. Revista de Violencia Interpersonal, 8(1), 109–114.
  • Lisak, D., Gardinier, L., Nicksa, S. C., & Cote, A. M. (2010). Falsas denuncias de agresión sexual: Un análisis de diez años de casos denunciados. Violencia contra la mujer, 16(12), 1318–1334.

Organización Mundial de la Salud. (2021). Violencia contra la mujer: Prevalencia de la violencia por parte de la pareja y la violencia sexual fuera de la pareja. Ginebra: OMS.